A Review of “The Decapitation of Care” by Alberto Ortiz Lobo, Ph.D., Psychiatrist, Hospital Universitario La Paz, Madrid, Spain. (En Español original y traducido al inglés. In the original Spanish and translated into English)
Alberto Ortiz Lobo, PhD, Psychiatrist
Hospital Universitario La Paz, Madrid, Spain.
Críticas y alternativas en psiquiatría
Hacia una psiquiatría crítica
Reseña de “La decapitación del cuidado”, por Alberto Ortiz Lobo
La decapitación del cuidado es un texto breve que surge frente al pensamiento hegemónico actual que ha encumbrado la tecnología sanitaria como la nueva promesa de salvación. El punto de partida es que el empleo irreflexivo de esta tecnología está dañando a las personas, ha comenzado a acortar su esperanza de vida y ha desvirtuado el cuidado de la salud y la relación médico-paciente. Se trata, por tanto, de una invitación de David Healy a “dejar de hacer” de manera protocolizada y estandarizada, y pararnos a pensar.
La tecnología sanitaria, que ha proporcionado en el pasado una extraordinaria mejora de los cuidados de las personas, ahora está fundamentalmente al servicio del poder y no de la sociedad. Healy nos explica en su texto cómo se ha ido produciendo esta transformación en la que se ha sacralizado la tecnología orientada a la efectividad, y se ha descuidado el análisis de sus efectos adversos. Además, se la ha identificado con la objetividad, con la verdad, y no se la somete al escrutinio moral a pesar de todos los sesgos que acarrea. Tampoco se pone de manifiesto el trasfondo ideológico que conlleva el modo en el que se está poniendo en juego.
La tesis central del manifiesto es que la aplicación sin crítica de la tecnología sanitaria ha transformado el cuidado de la salud en otra provisión de servicios más dentro del contexto del capitalismo neoliberal. Los profesionales sanitarios nos hemos convertido en los intermediarios, si no en los vasallos, de la industria farmacéutica, de las empresas fabricantes de sofisticados aparatos sanitarios, de las compañías de seguros, etc. Las directrices que determinan esta provisión de tecnologías diagnósticas y terapéuticas proceden de un conocimiento pervertido por una investigación interesada, desde la financiación hasta la publicación de sus resultados, y que está diseñada con el objetivo de probar la eficacia de sus productos para pasar los controles de los agentes reguladores. Por otra parte, esta perspectiva tecnológica tiene una orientación profundamente individualista porque centra sus objetivos en los riesgos internos de la persona y soslaya cualquier perspectiva pública y medioambiental.
Si las intervenciones tecnológicas en salud no están libres de valores ni de efectos adversos, debemos considerar las pruebas diagnósticas y los tratamientos farmacológicos y psicoterapéuticos con autocrítica y sano escepticismo. Los profesionales sanitarios no deberíamos convertirnos en técnicos genéricos que responden a demandas uniformadas por diagnósticos categoriales y se adhieren, sin más, a protocolos, algoritmos de tratamiento y guías clínicas. Esto es lo que conduce a una verdadera deshumanización de la atención. Habría que abandonar el modelo de provisión y consumo de servicios sanitarios y recuperar el cuidado en la atención en la salud.
Para ello, debemos construir entre todos un conocimiento sobre el efecto real de la tecnología sanitaria, y no solo de la eficacia de la misma. Este saber nunca lo vamos a encontrar en los ensayos clínicos aleatorizados ni en sus metaanálisis ni, por supuesto, en las guías clínicas. Es un conocimiento que tiene que surgir del cuidado de la salud, de los encuentros entre profesionales y pacientes, de los informes de casos, lo que nos permitirá conocer mejor los daños de las intervenciones. En este sentido, nos puede ayudar el rescate de la perspectiva de Paracelso, en el sentido metafórico de que cualquier intervención sería un veneno, y por ello hay que administrarlo atentamente en el marco de una relación terapéutica de cuidado, única y singular. En esta relación de confianza mutua, es donde el paciente puede obtener beneficios y donde el profesional ha de monitorizar y hacerse cargo también de los problemas que puedan aparecer. La relación de acompañamiento y cuidado ha de constituirse en el centro de la práctica en salud y solo con una actitud escéptica y autocrítica pueden hacerse explícitos los valores de las soluciones técnológicas y, desde ahí, construir con el paciente el conocimiento y la práctica clínica que le ocasione el menor daño y todo el bienestar posible.
“All medicines are poisons. The art of the cure lies in finding the right dose.”
~Paracelsus
Review of “The Decapitation of Care”, by Alberto Ortiz Lobo
The Decapitation of Care is a short text that takes issue with the current hegemonic thought that has elevated health technology to a position of being the new route to salvation. The starting point is that the thoughtless employment of this technology is harming people — it has started to shorten their life expectancy and has undermined healthcare and the doctor-patient relationship. David Healy, therefore, invites us to “stop doing” in a protocolized and standardized way, and stop to think.
Health technology, which has led in the past to an extraordinary improvement in the care of people, is now fundamentally at the service of power and not of society. Healy explains in his text how this transformation has been taking place, how effectiveness-oriented technology has been sacralized, and how we have neglected to analyse its adverse effects. Furthermore, these technologies have been identified with objectivity, with truth, and are not subjected to moral scrutiny in spite of all their biases. Nor do we scrutinise the ideological background that paves the way for these technologies to flourish.
The central thesis of the manifesto is that the uncritical application of health technology has transformed healthcare into another provision of services within the context of neoliberal capitalism. Health professionals have become intermediaries, if not vassals to the pharmaceutical industry, and companies manufacturing sophisticated health equipment, as well as insurance companies, etc. The guidelines that determine this provision of diagnostic technologies and therapeutics are based on knowledge perverted by a research that from its financing to the publication of results is designed with the aim of testing the effectiveness of its products in a manner that will be acceptable to the criteria of regulatory agents. Moreover, this technological perspective has a deeply individualistic orientation because it focuses its objectives on the internal risks of the person and avoids any public and environmental perspective.
Because technological interventions in health are not free of values or adverse effects, we must have a self-critical and healthy scepticism of diagnostic tests and of pharmacological and psychotherapeutic treatments. Health professionals should not become generic technicians, responding to uniform categorical diagnostic demands and adhering, without further ado, to protocols, treatment algorithms and clinical guides. This is what leads to a true dehumanization of attention and a system based on a provision of and consumption of health services.
We need to restore care to in healthcare instead. To do this, we must build together a knowledge about the real effects of health technology, and not only of its effectiveness. This knowing is not something we will find in randomized clinical trials or in the meta-analysis of trials nor, of course, in clinical guidelines. It is a knowledge that has to come from healthcare, from the encounters between professionals and patients, and from case reports, which allow us to better understand the damage of our interventions. In this sense, we need to rescue Paracelsus’ perspective, in the metaphorical sense at least, that any intervention can be a poison, and therefore it must be administered sincerely within the framework of a therapeutic relationship of care, unique and singular. It is only in a relationship of mutual trust that the patient can obtain benefits and where the professional monitors and takes charge of any problems that may appear. The relationship of accompaniment and care must become the centre of practice in health in which, with a skeptical and self-critical attitude, the values of technological solutions can be made explicit and, from there, we can build with the patient the knowledge and clinical practice that causes the least damage and all possible well-being.
Leave a Reply